Carta al amigo Pedro de septiembre de 2005


Cartagena, septiembre de 2005.

Amigo Pedro:


Hace aproximadamente 3 años un grupo de hombres jóvenes cartageneros decidimos reunirnos una vez a la semana para conversar por primera vez sobre nosotros. La experiencia grupal entre nosotros no es algo nuevo ni extraño, la mayoría hemos hecho parte de alguna forma de asociación juvenil. Lo nuevo y extraño es el encuentro de hombres para hablar de hombres. Lo nuevo es reunirnos para tratar sobre la forma en que nos construimos como hombres jóvenes, para compartir cómo nos sentimos, para reconocernos en nuestras distintas formas de ser hombres y para seguir construyendo nuevas formas de masculinidades juveniles en una cultura donde se nos quiere imponer un modelo hegemónico de hombre cuyas características son: heterosexual, fuerte, dominante, abusivo, proveedor, perro, homofóbico, reproductor, guerrero, valiente, calculador, musculoso, poderoso, semental, macho, etc.


Lo extraño es lo que sentimos al abordar estos temas nuevos a partir de nuestras propias experiencias y de las de otros, recogidas en materiales escritos y audiovisuales. Lo viejo y no raro es que los hombres nos encontremos para hablar de fútbol, de fiestas, de películas, pero fundamentalmente de las mujeres o de nosotros en relación con ella. Comentar la última conquista, lo buena que está la nueva vecina, lo malo que son todas las mujeres, excepto nuestras madres y hermanas. Todos temas muy importantes, pero no tanto como hablar de uno mismo.


Desde el primer momento en que nos reunimos sabíamos que un salón no sería el espacio normal de encuentro y diálogo masculino juvenil. Por lo general los hombres jóvenes nos encontramos a hablar, a botar corriente en otro tipo de lugares: en la terraza de algún amigo o vecino, en la esquina, en la cancha, en la placita, en cualquier lugar, menos encerrados en un salón. Este año decidimos realizar nuestros procesos de reflexión en uno de esos lugares comunes de encuentro juvenil, empezamos a reunirnos en una esquina de la avenida Paseo de Bolívar, la más cercana a la Asociación Santa Rita para la Educación y Promoción –Funsarep- organización que nos viene acompañando a través de su Proyecto de Formación y Desarrollo de la Ciudadanía Juvenil.


Cargados con sillas de maderas, contradictoriamente de color rosa, nos fuimos acomodando en ellas, al principio en la oscuridad donde casi nadie nos veía y al final en la parte más iluminada para llamar más la atención. Llevamos una silla de más que invitara a quien pasara a preguntarse ¿por qué esa silla vacía? Que invitara a alguien a sentarse, ojalá a algún joven cansado de caminar sólo con su equipaje de género y dispuesto a descansar y compartir sus caminos y caminar como hombre joven. Nos llevamos una silla de más a sabiendas de que una silla vacía siempre llama, invita o convoca a una persona que necesita de ella. Y no nos equivocamos porque al rato de habernos medio acomodado en el nuevo lugar para el grupo, pero no para los jóvenes, una niña primero y luego su madre nos preguntaron ¿Qué hacíamos allí? ¿Por qué la silla vacía? La madre incluso se atrevió a preguntar si podía sentarse. Todo fue una mamadera de gallo porque luego de decirle que sí, se fue de largo. Normalmente la gente se va de largo, solo maman gallo y siguen su camino.


Quienes sí se sentaron con nosotros fueron dos jóvenes amigos, uno de ellos antiguo miembro del grupo o colectivo de reflexión y acción juvenil en perspectiva de género. El otro fuiste tú, amigo Pedro, que por aquellos días estabas de visita Funsarep, luego de dejar tu tierra natal por algunos meses. Se te hizo extraño encontrarnos sentados en la esquina y quisiste saber de qué se trataba aquello. Como no nos alcanzó el tiempo para contarte y explicarte nuestra experiencia como colectivo, las razones que nos llevaron a la esquina y de lo que queríamos hacer esa noche, te escribimos estas palabras que luego puedas revisar y compartir con otras personas donde ahora te encuentres.


Con la llegada tuya y del otro viejo amigo, tocó una y otra vez buscar una nueva silla que hablara con su vacío. Las otras sillas también hablaban, pero desde su llenura, desde cada uno de los hombres que las ocupábamos. Un día del año 2003 decidimos llenar el vacío de esas sillas y de nuestros corazones (los hombres también tenemos corazones) y de nuestras cabezas, pechos, extremidades y penes (los hombres somos más que penes). Resolvimos llenar el vacío en todas y cada una de las partes de nuestro cuerpo, en todo nuestro ser hombre joven. Y es que a los hombres nos falta poder hablar entre nosotros sobre nuestros sentimientos, la forma como nos sentimos, la forma como expresamos nuestras emociones; hablar sobre nuestros cuerpos, lo que ronda en nuestras cabezas masculinas, lo que hemos construido con nuestras manos diversas, los caminos que hemos recorrido con nuestros pies descalzos, a qué le hemos puesto el pecho, lo que se dice y deja de decir sobre nuestro pene. A los hombres nos hace falta vaciarnos de todo lo que no nos gusta del papel que nos ha tocado representar en la película de la vida: trabajar, trabajar y trabajar; pagar, pagar y pagar; proveer, proveer y proveer; penetrar, penetrar y penetrar; perrear, perrear y perrear; proponer, proponer y proponer (Estas son solo algunas de las que comienzan por las letras ‘t’ y ‘p’).


A nosotros nos hacía falta, además de todo lo anterior, poder conversar sobre cómo recorrer los mismos caminos de transformación que vienen recorriendo muchísimas mujeres, compañeras de viajes, amigas, novias y hermanas en torno a la construcción de nuevas identidades y relaciones de género. Las mujeres tienen una larga experiencia de encuentro y lucha contra el sistema patriarcal que las discrimina, subvalora, estereotipa, subordina e invisibiliza. Este mismo sistema nos hace a los hombres victimarios y víctimas, entonces es también una tarea nuestra participar en los procesos de cambio de las relaciones entre los géneros, no solo por solidaridad con las mujeres, sino también por nosotros mismos. Por las mujeres y por nosotros, los hombres tenemos que ubicar nuestras palabras y nuestros actos a favor de la práctica de nuevas relaciones de género, la crítica y el rechazo frente a situaciones discriminatorias y subvaloración de género, la revalorización de lo masculino y femenino a fin de armonizar las interrelaciones sociales, entre otras cosas. Todos estos son los vacíos que queremos llenar y que otros hombres jóvenes llenen al ocupar una silla en el colectivo juvenil de reflexión y acción en perspectiva de género.


Estando en la esquina alguien pasó y nos dijo si acaso no nos daba pena estar ahí sentados. Amigo Pedro, no sabemos si de donde tú vienes la pena, en todas sus dimensiones, sea algo tan definitivo a la hora de hablar o actuar la gente, no sabemos cómo es la cosa por allá, pero por acá las personas en vez de vestirnos con ropa lo hacemos con la pena, tanto que hay un dicho popular que dice “de pena se murió un burro en Cartagena”. “No es cuestión de pena sino de pene” apuntamos entre nosotros recordando una frase del relato audiovisual juvenil “Se quemó la panela” producido por el equipo juvenil de comunicación audiovisual “Griots comunicaciones” de Funsarep donde todos los jóvenes del colectivo de género participamos. La pena no nos puede impedir que hablemos entre nosotros y a los demás sobre el pene o que nos vayamos en risa o en chicha cuando hablamos de la picha. No nos podemos morir de pena a la hora de encontrarnos y hablar de nosotros, de nuestros cuerpos, deseos, sueños y aspiraciones como hombres jóvenes. Pena debiera darle a los hombres que se encuentran para hablar de todo menos de ellos, a los que se hacen los ciegos, sordos y mudos frente a las críticas, a los que se maltratan a sí mismos y a las mujeres, a los que no se quitan la carga pesada de ser unos machos, a los que se tiran del bus en movimiento y no esperan a que este se detenga, a los que no reconocen y no permiten que otros hombres sean distintos a ellos, a los que… A estos sí hay que gritarles: “No les da pena estar haciendo eso”.


Estar reunidos en la esquina nos permite que la gente nos hable y nosotros le hablemos a ella. Estar conversando en la esquina y no en un salón nos permite estar conectados con la realidad, botar corriente enchufados a las circunstancias. La realidad es que hablamos en medio del ruido de los carros y de la gente. La realidad es que a nuestro alrededor pasa muchísima gente y hechos. La realidad es que compartimos la esquina, la calle, el barrio, la ciudad, el país y el mundo con un sinnúmero de tipos de personas y de jóvenes. La realidad es que muchos nos miran, nos saludan y nos hablan, otros ni se dan cuenta que existimos. La realidad es que ocupamos un espacio público que es nuestro y de todos y que nos peleamos con los jóvenes que han montado un lavadero de motos en la misma esquina y con ello un nuevo río para el sistema de cuerpos de agua de la ciudad. La realidad es que nos reunimos al aire libre y libremente, tomamos el aire libre y no el aire esclavo del abanico movido por la energía eléctrica tan cara para Funsarep. Queremos aprender a identificar nuestras aspiraciones de libertad y una forma de hacerlo es encontrarnos en escenarios libres de paredes, de puertas y ventanas, de llaves y cerrojos. La verdad es que al reunirnos en la esquina somos más nosotros que cuando estamos encerrados en un salón o en un(a) (j)aula. Curiosamente al sentarnos a hablar junto a un poste de luz somos jóvenes más comunes y corrientes y precisamente de esto se trata que sea más común y corriente en el mundo este tipo de encuentro y de personas que nos estamos construyendo.


Si hubiésemos sabido lo importante que sería encontrarnos en la esquina, lo hubiésemos hecho desde la primera reunión del colectivo. Porque la esquina ofrece todo lo que hemos mencionado y mucho más. Cuando apenas nos acomodábamos con nuestras sillas en nuestro nuevo sitio de reunión, un desconocido se acercó a nosotros y nos preguntó si habíamos visto a un muchacho doblar la esquina. “La esquina ya estaba doblada cuando nosotros llegamos” pensamos y seguimos pensando. Cuando nosotros llegamos a este mundo ya este tenía sus esquinas dobladas en cuanto a las relaciones de género, no es culpa nuestra que el mundo masculino y femenino esté tan torcido. La culpa la tiene el sistema patriarcal que históricamente se ha construido por años y años, generaciones y generaciones, y del cual mamamos desde la teta y hasta en la sopa. Lo que sí es responsabilidad nuestra es que la esquina de las relaciones entre los géneros se siga doblando y que no hagamos nada por enderezarla aunque sea unos milímetros en nuestro paso fugaz por esta tierra, “habrá que forzarla para que pueda ser”, dice el verso de una canción.


Una vez, no sabemos dónde, nos chocamos con la frase y la propuesta “Estréllate contra el universo barrial de la esquina”. Esta es otra posibilidad que nos ofrece el sitio de la esquina, la cual no solo es un espacio, es el espacio, es un universo de cosas y nosotros los jóvenes sus principales exploradores. Con el estacionamiento de nuestro colectivo en este sistema espacial, lo que estamos haciendo es la vinculación del mundo de unas nuevas relaciones de género y nuevas identidades masculinas entre los astronautas que diariamente flotamos por este universo. Amigo Pedro, cosas de la vida, mientras otros se desviven por llegar nuevamente a la Luna o pisar por primera vez Martes, nosotros queremos redescubrir el universo barrial de la esquina y lo hacemos normalmente los Lunes.


Amigo Pedro, como te podrás dar cuenta por ningún lado aparece el nombre de nuestro colectivo o grupo, a pesar de que lo hemos discutido muchísimas veces no hemos dado con él. Tú mismo estuviste con nosotros discutiéndolo aquella primera vez en la esquina. Tenemos que reconocer que siempre nos ha costado nombrar, expresar con diversos y creativos lenguajes nuestros deseos, sueños y proyectos. No sabes lo difícil que ha sido escribirte esta carta, de hecho el computador está cansado de tanto ocupar su disco duro con distintas versiones de estas líneas. En nuestra próxima reunión en la esquina vamos a discutirlo nuevamente, esta vez teniendo entre nuestras manos estas palabras que te hemos compartido para ver si descubrimos en ellas una pista a la forma como queremos nombrarnos y que no nos nombren. Tú también podrías releer esta carta en clave de búsqueda de un nombre para este colectivo de hombres jóvenes que espera seguir comunicándose contigo y que puedas estar en una próxima reunión con nosotros. Sea la búsqueda y el encuentro del nombre a nuestro colectivo la oportunidad para seguir hablando, para que escribamos otra y muchas cartas más, a pesar de que el computador se moleste con nosotros.


Esperando que así sea, se despiden de ti,


Fraternalmente,

Carlos, Manuel, Ricardo, Milton, Víctor, Cristian, Arlib, Yorismel y Alexander.