Carta al Amigo Pedro de Febrero de 2007


Cartagena de Indias (Colombia), Febrero de 2007


Querido amigo Pedro:


Recibe un fraternal saludo de parte nuestra, los integrantes del colectivo de hombres jóvenes “Pelaos”. Pedro, no sé si tú sepas que muchos de nosotros también hacemos parte de un equipo juvenil de comunicación audiovisual animado por la asociación Funsarep en la ciudad. Este equipo se llama Griots Comunicaciones y busca desde la herramienta del video producir y difundir permanente y comunitariamente programas y cortos de videos que documentalicen la realidad juvenil y visibilicen el protagonismo de los y las jóvenes afrocartageneros en el campo artístico, social y político. En aras de seguir la tarea de los griots, esas personas del Africa negra encargadas de guardar y comunicar la memoria histórica y cultural de generación en generación, por estos días el equipo de comunicación se ha propuesto la tarea de hacer una serie de videos en torno a la pregunta por las sillas, los puestos y los lugares de los y las jóvenes afropopulares en la sociedad, empezando por la casa y la familia. Querido amigo Pedro, como “Pelaos” queremos terciar en este debate que han abierto los “Griots” y pretendemos hacerlo aportando nuestros puntos de vista como hombres y apuntando a nuestro lugar como tal en el primer escenario planteado. Son precisamente estos aportes y apuntes los que queremos compartirte a continuación en nuestra carta de hoy.


Los hombres jóvenes pasamos en la calle, la esquina o en la cancha desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Estamos en la calle, hacemos todo en la calle, somos hombres de la calle. La casa para nosotros es un hotel donde solo dormimos y a veces comemos, cuando hay para comer o cuando las mamás se acuerdan que todavía nosotros vivimos bajo su techo. “Yo pensé que ya tú no vivías aquí” responden las viejas a la pregunta y reclamo de nosotros “¿Por qué no me guardaron comida?” “Como tú no pasas aquí pensé que ya no vivías con nosotros. Mañana te la sirvo y te la llevo a la calle” siguen justificando las madres, de dientes para fuera, su aparente olvido. De dientes para adentro dicen: “El que está en la calle come calle”.


Entonces cuestionarse por la silla, el puesto y el lugar que ocupamos los hombres jóvenes en nuestras casas y familias es preguntarse por la silla vacía, el puesto vacío y el no lugar de nosotros en estos espacios. Es averiguar por nuestra ausencia, es curiosear por nuestra pinche presencia en la sala, la cocina, el patio, el cuarto ¿Cuál cuarto? Es preguntar por nuestra permanente presencia de la puerta de la casa hacia fuera, de la terraza a la calle. En la casa y en la familia el vacío, la ausencia y el silencio de los hombres jóvenes ocupan las sillas, los puestos y lugares. La relación de nosotros con nuestras casas y familias están construidas a base de vacíos, ausencias y silencios en ellas.


Los hombres jóvenes somos como fantasmas que aparecemos y desaparecemos por arte de magia en las mañanas muy temprano y en las noches muy tarde. Somos fantasmas que enredamos todo lo que encontramos a nuestro paso y acabamos con todo lo que hay en las ollas y calderos dejando una estela de bulla producida por el roce de los metales.


Como fantasmas que somos, nuestros cuerpos y palabras no pesan mucho en la vida de nuestras familias y casas. La vida cotidiana del hogar, dulce hogar de los hombres jóvenes, atraviesa nuestros cuerpos y no reconoce nuestras voces y opiniones que en cambio sí se ven y sienten en la calle, dulce calle. No pesan porque no se ven nuestros cuerpos y no se oyen nuestras palabras. Pero además porque solo somos huéspedes de un hotel, porque todavía no somos ni seremos dueños del hotel, porque ni siquiera pagamos con dinero, especie o trabajo el sitio donde dormimos y lo poco o mucho que comemos. En nuestras casas y familias somos unos fantasmas donde raramente nos ven, oyen y sienten, donde raramente nos hacemos ver, oír y sentir.


Querido amigo Pedro, somos unos fantasmas que asustamos de noche, pero cuando estamos muy lejos, bastante lejos de la casa y de la familia, cuando permanecemos en la esquina o en la rumba hasta altas horas de la noche, cuando hay peleas en el barrio o se escucha a lo lejos la sirena de la ambulancia que se abre camino en medio de los ruidos nocturnos y nuestras camas permanecen aún vacías. Quienes más se asustan con estas situaciones son nuestras viejas que no duermen y descansan hasta no ver aparecer nuestros cuerpos fantasmagóricos ante sus ojos. Somos unos fantasmas raros, solo asustamos cuando no nos ven o estamos muy lejos. Al hacer nuestra aparición en la casa se acaba el miedo.


Somos unos fantasmas, pero también unos vivos que vivimos de las vivas mujeres que sostienen con su presencia infatigable nuestras casas y familias. No porque ellas quieran y se sientan cómodamente instaladas sino porque han sido educadas para nacer, crecer, reproducirse y morir dentro del espacio privado de la casa y la familia. De la misma manera que los hombres hemos sido educados para hacer lo mismo, y mucho más, en el espacio público de la calle, la cancha, la plaza, etc. La mayor parte del tiempo los hombres hemos estado cómodos y acomodados con esta forma de educación. ¡Cómo no lo vamos a estar si esta forma en que hemos sido formados como hombres aclama que somos libres de ambular y deambular por la calle, por el barrio, por la ciudad y por el mundo! ¡Cómo no hemos de estar cómodos y acomodados si los libres somos los hombres y las esclavas de las casas y las familias son las mujeres! La vaina es tan jodida que muchas mujeres a quienes les ha tocado salir al mundo laboral, siguen siendo presas de las casas y sus familias. Antes de salir tienen que dejar la casa limpia, lavar la ropa sucia, arreglar las camas, preparar el desayuno, lavar los platos, arreglar lo del almuerzo, etc. Al regresar, mamadas del trabajo, tienen que volver a arreglar la casa que está patas arriba, lavar todo lo que los huéspedes han dejado sucio, cocinar, planchar y si tienen chance ver telenovelas para luego ir a dormir y enfrentar con nuevas fuerzas el otro día. “La sirvienta se va a ir porque aquí le pagan mal” dicen nuestras madres antes de gritar a la familia que están cansadas de que nadie meta la mano en el arreglo de la casa.


Sólo hasta los últimos años algunos hombres hemos empezado a sentir cierta incomodidad con esta realidad. Porque es injusta con la mujeres, pero también con nosotros los hombres. Porque el mundo (social, laboral, político, económico, cultural, comunicativo, ambiental, etc) necesita de la presencia y palabra libre de las mujeres y porque el micromundo de la casa y la familia necesita también de nosotros los hombres. Porque el mundo requiere urgentemente a las mujeres, el micromundo de la casa y la familia a los hombres y porque mujeres y hombres para ser personas integrales y libres requerimos del mundo en sus niveles macro y micro, público y privado. Mientras las mujeres son presas del espacio privado de la casa y la familia, los hombres somos presos del espacio público al estar obligados a ser los grandes protagonistas en él. Mujeres y hombres tenemos la imperiosa necesidad de ser, estar y transitar libremente por ambos espacios.


Los hombres, y en especial los hombres jóvenes, necesitamos calentar la casa y la familia, pero sobre todo necesitamos recibir calor hogareño y familiar. Nuestro paso fantasmagórico y frío por la casa y familia se debe a que estos espacios también son fríos y terroríficos, al igual que las personas que hacemos parte de ellos. Son frías las relaciones entre los familiares, entre los viejos, los adultos, los jóvenes y los niños; entre los hombres y las mujeres; entre los padres y los hijos, entre los hermanos. Son fríos, cortos, rápidos y fugaces los espacios y momentos de encuentro y comunicación profunda entre estos y estas. Es como si nuestras casas y familias estuvieran en otras latitudes donde el frío invade hasta los huesos y sus habitantes, especialmente los jóvenes, para no congelarnos corremos a la calle donde los rayos del sol o de la luna y el calor de sus habitantes y de sus pares nos salvan.


En las casas y familias da miedo y terror que los padres no se hablen con los hijos por no sé qué; que los padres no se hablen desde hace tiempo; que los hermanos pelearon porque uno se puso una camisa que se iba a poner el otro; que unos comen y otros no, que los hombres comen más que las mujeres y que los grandes más que los pequeños; que las empresas de servicios públicos están cortando estos y se van a llevar los contadores porque nadie ha querido o ha tenido con qué pagar los recibos; que no hay una hora precisa para comer, cada quien va llegando, cogiendo su plato y comiendo frente al televisor; que la casa se cae a pedazos y se llena de basuras y no hay quien meta la mano para repararla o limpiarla; que los niños que antes compartían todos, ahora jóvenes no comparten ni los buenos días; etc, etc, etc.


Los hombres jóvenes somos fantasmas y seres fríos en nuestras casas y familias porque estas son igualmente frías y fantasmagóricas, son casas y familias frías y llenas de fantasmas a los cuales hay que espantar. Pero amigo Pedro ¿cómo hacer esto desde la perspectiva de hombres jóvenes?


- Reconociendo la casa como tal y no como un hotel o un lugar a donde solo vamos a dormir y comer cuando hay qué comer.


- Saliendo y llegando a la casa a horas que no pongan en peligro la tranquilidad y seguridad propia y de los demás.


- Teniendo un espacio adecuado, cuidado, íntimo y privado donde dormir, encontrarnos y hablar con nosotros mismos, con nuestros vales, novias o demás familiares.


- Respetando los espacios propios de los y las demás familiares.


- Haciendo de las horas de comida momentos de encuentro y fiesta familiar.


- Pasando tiempos y momentos vitales en la vida de la casa. Estando en ella cuando la mayoría está, a la hora de las comidas, en los cumpleaños, a la hora de enfrentar los problemas, antes de irse todos y todas a la cama.


- Preocupándonos para que haya buena comida en la casa. Para que haya alimentos adecuados para todos y todas.


- Participando permanentemente en la consecución de los alimentos, en la preparación de estos y en la limpieza de los espacios y chócoros usados para ello.


- Reconociendo la casa como un espacio de gente diversa en edades, sexos, pensamientos, gustos y proyectos que algunas veces se encuentran y la mayoría de veces chocan. Buscando que estos choques o conflictos sean tratados, resueltos o transformados a través del diálogo y de la práctica de justicia, solidaridad y equidad.


- Compartiendo los sentimientos a los demás en las distintas formas y medios de expresión y comunicación posibles: diálogos, gestos, tarjetas, carteleras, mensajes de texto, abrazos, correo electrónicos, correos de voz, videos, dibujos, etc. Siempre hay una forma de hacer llegar a los demás lo que estamos sintiendo.


- Organizando viejos y nuevos espacios y lugares de encuentro familiar (asados, celebraciones, juegos, paseos, reuniones, etc).


- Participando con nuestra presencia y voz en las pequeñas y grandes decisiones sobre el rumbo de la casa y la familia. Sobre la organización de los muebles, el color de las paredes, la comida del día, nuestras horas de llegada y salida, el pago de los servicios, el cuidado de la abuela, etc.


- Participando en la organización, adecuación, arreglo, cuidado y conservación de la casa, la familia y los familiares. En el cuidado de los viejos y de los niños y niñas, en el aseo de los espacios y rincones, en la recolección y botada de la basura, en la pintada de las paredes no solo en diciembre o cuando hay una gran fiesta, en el riego de las plantas, en la quitada de las telarañas, etc.


- Celebrando en familia los pequeños y grandes triunfos y momentos.


- Compartiendo a nuestros familiares lo poco o mucho que sabemos sobre la vida.


- Llevando y presentando a la familia a la novia para que se reconozcan. Integrándola a ella a algunos espacios y momentos adecuados.


- Respetando y reconociendo los años, la vida y experiencia que nos llevan adelante los viejos y las viejas de la casa y la familia.


- Construyendo realmente relaciones fraternas con los hermanos y las hermanas donde no primen los celos, las rivalidades y los silencios.


- Evitando relacionarnos con las hermanas como sus perros guardianes o guardaespaldas sino más bien como un hermano que las quiere, respeta y vela por ellas.


- Cuidando los cuerpos propios y de los demás a través de prácticas de vida respetuosas de los mismos, protegiéndolos, proporcionándoles alimentos adecuados, curándolos y sanándolos cuando estén enfermos, ejercitándolos, evitando el consumo de alcohol, de cigarrillo y de alucinógenos.


- Reconociendo que en nuestras casas y familias ronda el viejo fantasma del sistema patriarcal y machista que impone en las relaciones un modelo de hombre como el que manda y domina y de mujer como la dominada o subordinada.


- Cazando y espantando este viejo fantasma en todas y cada una de las relaciones familiares y proponiendo nuevas formas de relación llenas de igualdad y equidad entre los géneros.


- Ocupando con nuestra presencia y palabra una silla, un puesto y un lugar significativo en la casa y familia.


- Reconociendo que al hacer todo esto y mucho más no se deja de ser hombre, todo lo contrario, se es más hombre solo que otro tipo de hombre, se participa en la construcción de otro tipo de hombre más humano, más integral, más amigo de las mujeres y de los otros hombres.


Querido amigo Pedro, no será posible arreglar el mundo si no se arregla el propio cuarto, la propia casa y familia. Otro mundo es posible si otras casas y familias son posibles y si cazamos y espantamos los fantasmas que rondan en ellas.


Sobra decirte que nuestras casas y familias están abiertas a recibirte el día que quieras volver por estas tierras y estar unos días entre nosotros.


Fraternalmente


Colectivo de hombres jóvenes “Pelaos”

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